domingo, diciembre 26, 2010

Hazañas Buquizas (II): la petit Bayonne

Hace tres años hubo una alineación astral del copón que provocó que en un puente de la Constitución nos coincidieran vacaciones y sobre todo, las ganas, a una pallada importante de mardanetes como para montar una expedición muy numerosa a Francia. Aprovechando tales circunstancias se aprovechó ese fin de semana para visitar la ciudad de Bayona donde se iba a disputar un encuentro de rugby y esa fue la excusa para subir hasta allá arriba.
La expedición estaba compuesta por el Grisnell, el cual dirigía al grupo con su coche, la Zeta, el Marqués, Rusia y Portugal por un bando y por mi mismo conduciendo el Ibiceta donde se montaron Cadel Renton, el Kaiser Cagón y Patxi Panizo. 9 buquizos movilizados para el evento, algo increible que nunca jamás ha vuelto a ocurrir.
El viaje fue uno de los más sicotrónicos que he realizado jamás y de elló da fe el apistonante recorrido empleado para llegar hasta la localidad francesa que por si alguien no lo sabe se encuentra a unos tres cuartos de hora de San Sebastián, todo tieso cara arriba por la costa francesa. Y llegar hasta San Sebastián no tiene más historia que enganchar por Ayerbe o por Jaca. No hay más cojones. O sí, si el que comanda la expedición es el Grisnell...
Con dos cojones tiramos hasta Zuera, sí hasta Zuera, para enganchar la autopista de las Cinco Villas que marcha hasta Ejea. No debe de ser ni carretera nacional, pero por esas rectas ir a menos de 160 km/h parece estar prohibido, ya que los lugareños por menos de eso te adelantan a 200. En hora escasa llegamos hasta Ejea... el problema vino después. Que si ahora hay que tirar pa aquí, que si ahora hay que tirar pa allá. Cuando nos quisimos dar cuenta estábamos subiendo un portaco de dios es cristo hasta llegar a Sos del Rey Católico y después de ratos y ratos, llegamos a Sangüesa. Resumiendo, que dimos más vueltas que un trompichón para no adelantar nada. Hala, eso sí, las curvas de Yesa nos las ahorramos y el Grisnell de ese modo era feliz.
Allí hicimos la primera parada a echar unos cafés. El Kaiser, que se había encargado del alojamiento en un albergue de Biarritz porque según él "en Bayona no hay albergues" http://es.wikipedia.org/wiki/Bayona_(Francia) 45000 habitantes y no hay albergues, tócate los cojones... el Kaiser estaba nerviosete porque decía que a partir de las 14h el de la puerta se iba y que no nos darían la llave hasta las 17h. En lugar de darnos prisa aun fue más motivo para tomarnos las cosas con calma así es que en la frontera se volvió a parar a fartallar un poco. Ir con Rusia y Portugal de viaje es lo que tiene.
Total, que entre pitos y flautas llegamos a Biarritz pasadas las 14h. El albergue cerrado. Así es que decidimos ir a comer, pero claro, en el país de los vulcafresas a esas horas ya están pensando más en la merienda que en comer y estaba todo cerrado con lo cual nos tuvimos que conformar con asaltar un puesto de perritos calientes y de ese modo malcomer en el paseo marítimo. Y ahí fue donde Portugal comenzó a desplegar su magia. No contento con el trallo de frankfurt que se había zampado recurrió al kit de emergencia con el que siempre sale de casa. Comenzó a hurgar en los pantalones y sacó tres hermosas mandarinas que procedió a enjaretarse ante la atónita mirada del personal que ya empezaba a tostarse a base de cervezas palmeras.
Luego nos enteramos que aparte de las mandarinas Portugal llevaba un trallo de secallona guardado en la pernera del pantalón, pero con las mandarinas se debió de quedar fartizo y no lo sacó de momento.
Después de dejar los trastes en el albergue que estaba situado ante un lago alrededor del cual corría alguna zagaleta que se debió de quedar espantada por encontrarse de frente con la Zeta pichando y el resto de buquizos pediendo y rutiendo en la arboleda como si de un akelarre se tratase, emprendimos la marcha a Bayona a ver el partido de rugby.
Cual fue nuestra sorpresa al ver que el estadio de estas gentes era una versión gigante del Municipal, con un bar gigantesco donde corría la cerveza y los bocadillos de salchichas a discreción. Nos jodimos aquellas buenas tres o cuatro rondas de bocadillos y otras cinco o seis de cervezas. La diferencia entre cuando pedía el Marqués a cuando pedía el Kaiser era abismal. Mientras que el Kaiser trataba de parlamentar con el gabacho de la barra, que llevaba una moña bien maja, y le pagaba religiosamente la consumición, el Marqués le tiraba un billete de 20 euros para que cubriera gastos y el gacho nos servía igualmente.
Al rato nos fuimos a nuestras localidades y, si la situación ya era surrealista de por si, al rato se llegó a unos momentos berlanguianos motivados por diversas circunstancias.
Pese a que se adelantó el Bayona, sus rivales, unos ingleses, les pegaron una barrida de muy señor mío con una ventaja al descanso de seis o siete ensayos (como si en fútbol vas perdiendo en casa por 0-4). Pese a que alguno íbamos con los gabachos, el resto de la expedición era abiertamente, y le sudaba los cojones estar rodeados de francesitos, pro Inglaterra. Cadel Renton iba ataviado con una camiseta de Zidane, motivo por el cual su vecino de asiento le dio la chapa pese a que Renton no tiene ni papa de francés. Se limitaba a asentir, pegar calada al cigarro, echar trago de cerveza, mirar al gabacho y de vez en cuando hacer ese gesto tan característico suyo en el que sube los hombros como diciendo "Chitán, ¿qué me estás contando?".
Rusia comenzó a cantar eso de "Alé Zaragoza, alé alé" y a decir que la paliza que le estaban dando al Bayona "no se la hubieran dado al Sevilla de Javi Navarro" y de ahí pasó a uno de sus soliloquios de el Sevilla es bueno, es bueno el Sevilla, sí, sí, es bueno... que puede repetir como un mantra durante horas y horas y horas...
Al final terminó el partido y nos fuimos a dar una vuelta por los bares. Los dos que conducíamos íbamos a base de cocacolas y alguna que otra cerveceta, el resto comenzó una de las vorágines más escándalosas que se recuerdan. En su momento me jodió, ahora no les culpo. Yo hubiese hecho lo mismo.
Primer bar. Una especie de garito en plan country-cowboy como solamente los franceses pueden imaginar-parir-pergeñar un sitio así de decadente. Estamos hablando de que eran las 11 si llega de la noche y la gente estaba en plan Barbastro las 4 de la mañana. No obstante, rápidamente les alcanzamos y sobrepasamos con suma facilidad. A la segunda ronda, el camarero ya era amigo nuestro (no te jode, como para enemistarse con esos sacos sin fondo que consumían a una velocidad 8 veces más rápida que un gabacho) le soltamos que éramos el equipo juvenil de Anaitasuna, le debió de hacer gracia y nos soltó algo de gratis.
Rusia comenzó con sus bailoteos a lo Rick Astley. Masada de tello, golida de dedos, y mirada de doblar cucharas. Al tercer intento una franceseta se lo miraba con ojetes de cordero degollao. "Ostia, y qué le digo si no sé francés", a lo que el Marqués, muy profesional siempre, le contestó que "para lo que tienes que hacer con esa zagala no te hace falta hablar". Al final Rusia no terminó la faena, se siguió masando el tello, y Portugal que es el que dirige los designios de este hombre dijo que había que cambiar de garito.
Entonces nos metimos en una calle estilo el Tubo de Huesca y comenzamos por una punta. E íbamos parando en todos y cada uno de los bares. En uno de ellos, cuyo suelo estaba plagado de huesos de pollo (Francia es un país extraño) ocurrió otra de las situaciones berlanguianas de la jornada. La zorrera empezaba a ser monumental. Con el Grisnell ya íbamos diciendo que cuando se nos inchasen los cojones nos íbamos en coche y que se apañasen los putos gremlins que venían con nosotros. En estas que, como digo Francia es un extraño lugar, ponen la canción versionada por Rage against de Machine de la Marcha Imperial de la Guerra de las Galaxias



Y entonces, no fue el Marqués, ni el Kaiser, ni siquiera Rusia. No. Los tres pilares de la República, el Grisnell, Portugal y yo, con la mano derecha alzada al cielo comenzamos a bailar la jodida marcha como si fuésemos soldados de la Luftwaffe. Evidentemente, al resto les faltó tiempo para seguirnos con los típicos alaridos de arriba lo uno, arriba lo otro. El bar se quedó desierto, los francesetes huyeron pensando que habían ido a topar con un grupo de ultraderecha. Evidentemente no nos dio tiempo a explicarles que estamos zumbados de la cabeza y por ahí, que el Marqués tan pronto se arranca con el himno de la Unión Soviética como con el Caralsol...
Siguiente garito. Allí fue donde conocimos a Juana, una amable camarera que sacó pacharán pa un regimiento. Los niveles etílicos empezaban a ser infames y ahí estando a cocacolas uno se daba cuenta de lo jodidamente lenta que pasaba la noche, y el ridículo que se estaba ahorrando de protagonizar y que, a buen seguro, hubiese hecho de ir mamao. Chupito va, chupito viene, la zagala nos dice que en media hora cierra y que la acompañemos a una discoteca. Cojonudo, ya está el plan montado.
Entonces interviene Renton diciéndole a Juana aquello tantas veces recordado de "¿te puedo dar un beso?". La zagala no sabía lo que hacía cuando dijo que sí. Renton no le pegó un morreo, no. Hizo algo mucho más indecoroso. Cogio la mano de la moza y empezando por una punta y terminado por otra le pegó una lametada como si fuera una vaca.
Acto seguido, se fue a tomar pol culo la discoteca, los chupitos y la madre que los parió. Luces encendidas, cierran, nos echan del garito.
El Grisnell y yo nos vamos enfrente a echar unos bocadillos de lomo mientras el resto iba saliendo del bar. Y era un espectáculo.
El Marqués se encuentra en la calle con un gacho de Santander, comienzan a hablar del Racing, que pim, que pam, se acerca Renton a la orejeta del de Santander y le suelta un rutido de los que hacen época. Será hijoputa este tío, lo mato. No, déjalo que es amigo mío que lo ha hecho sin querer (sin querer por los cojones). Bueno, bueno, pero que se esté quieto.
Ni medio minuto después se le acerca otra vez y le jode otra alentada en la oreja con volúmenes indecentes.
No se sabe como, Renton se escabuye del de Santander y encuentra otro lugar donde dar mal. El fondo de la calle termina en una especie de plaza atestada de gabachos. No se le ocurre otra cosa que gritar aquello tan manido de "Franceses, hijos de puta". Una y otra y otra vez. Hacer eso en España significa no vivir para contarlo (a no ser que vayas con uno de Hecho de guardaespaldas, que en ese caso tienes margen de acción para gritar en el Diecisiete "es cheposo el que no bote" un buen rato) pero como eran franceses, bastante mansos ahí no pasó nada.
Eso sí, procedimos a pagar los bocadillo y enfilar para los coches.
Ya en el albergue, después de estar una hora y pico para hacer los cinco kilómetros de distancia, dando vueltas por Biarritz con el coche como gilipollas haciendo caso de los copilotos que iban mamaos perdidos y no atinaban a encontrar el camino nos echamos a dormir. Portugal pasó todo ese rato echando mano de las reservas y jodiéndose el trallo de secallona que se había echado a la pernera del pantalón.
Rusia durmió con Portugal y como le debían de pudir los pinreles al ruso que Portugal, le dijo que una de dos, o los zapatos o él, se iban a dormir a la bañera. Al final el ruso durmió en la cama y los zapatos en el baño.
A la mañana siguiente, después de ducharnos y de que la Zeta, que no se había traido ni pijama ni toallas ni nada, se secase con las sábanas, nos fuimos a desayunar y nos bajamos a San Sebastián. Estando en el primer bar que encontramos echando un café aconteció la frase más memorable que se recuerda. Decidiendo si comíamos allí, o echábamos unos pintxos y luego comíamos por el camino de vuelta a casa, al ruso se le ocurre soltar semejante gilipollez en San Sebastián:
-Si quereis podemos ir a comer a un garito de kebabs que hay aquí cerca que está bastante bien
Todos nos quedamos mirando sin saber que decir. Era una situación como de estar en una cervecería de estas de dios es cristo decidiendo si tomar una Guinness o una Franziskaner y el camarero te ofrece una Ambar. Era tal el grado de, no sé como explicarlo, que todos nos quedamos callados. Todos menos Portugal quien con toda su mala ostia le dijo al ruso aquello de:
-TÚ NO HAS COMIDO CALIENTE EN TU PUTA VIDA
Frase palmaria con la que el ruso dio por contestada su propuesta de mierda. Nos fuímos de pintxos y después reemprendimos la marcha para casa. Gente normal ya no hubiese parado a comer, pero nosotros lo hicimos en Lekumberri. De primero judías pintas, de segundo entrecot. Un entrecot que estaba de puta madre. Va el ruso y le pide al camarero que se lo haga "muy hecho".
A todos nos lo trae al punto y al ruso un poquer más hecho. Hace una tentativa y le pide que se lo pase otra vez por la plancha. Se lo vuelven a traer, se come dos trocetes, "no sé como cocinan estas gentes", le pide al camarero que se lo pase MÁS por la plancha. Se lo traen carbonizado, el ruso lo corta en trocetes. Pa arriba, pa abajo, los sopesa primero con el tenedor, después con el zarpuz. Sí, con ese zarpuz de onso que tiene, con los unglots de butre que gasta.
Y mientras Renton mirándolo como si fuese el perro de Pavlov, esperando a que le dijese que le daba el entrecot. Y el ruso otra vez diciendo que no sabía como cocinaban esas gentes y vuelta el zarpuz al plato después de haberse masado el tello. ¡Puaaajjjj, qué puerco!. Y entonces, después de haber pretao los trozos aquellas cinco veces con el dedo le dice a Renton que no se lo va a comer que si lo quiere. Un entrecot que tenía que estar más mostoso que las manos de Pinky después de haber pichado...
Continuamos el viaje, esta vez haciendo la ruta de las Bardenas, lugar por el que el Grisnell se empeñó en pasar ya que, se ganaba tiempo. La tercera vez que nos perdimos y en mitad de una carretera que enfilaba a alguna putada tipo Biel o algo así pone los cuatro intermitentes y para. Me bajo del coche para ver que pasa, me acerco y bajan las ventanillas.
La pudor que emanaba ese coche era digna de ser olida. ¡Ostia puta, que asco!. Era como esos pedos que te echas a punta mañana mientras te estás duchando y que, supongo que debido a la humedad y el vapor, se concentran y huelen a mierda pura. Ese olor emanaba de la ventanilla, pero mantenido en el tiempo, así es que eché una mirada al mapa rápida y decidimos dar media vuelta hasta encontrar una carretera civilizada.
Luego nos enteramos que estos carnuces llevaban todo el camino desde Lekumberri pediendo las judías pintas. Que aquello había sido infernal. Que habían empezado el Marqués y el Ruso, pero que después Portugal y el Grisnell se habían unido a la fiesta. Que la Zeta iba dormida y se había despertado por el intenso olor a mierda. Despertarte por que estás oliendo a mierda... que sensación...
Llegamos a casa, volví a acercarme al coche del Grisnell para arreglar cuentas y ese puto coche seguía oliendo a mierda. Los cinco cabrones que iban a bordo eran conscientes pero no hasta tal punto. El Grisnell tuvo realmente conciencia cuando en ese momento se bajó, descargó no se qué del maletero y se volvió a montar. En ese momento, tras haber inspirado durante medio minuto aire sano y no el veneno que llevaba respirando durante más de tres horas, sacó la cabeza y dijo "¡¡¡¡este coche huele a mierda!!!!!"

3 comentarios:

cochilin dijo...

jojojojojojo. aun me caen las lagrimas..., q lastima no haber estado alli para contribuir con unas buenas bufas en aquel coche.
uiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

El Grisnell dijo...

Creeme, hubieras deseado no haber estado en ese coche durante no se cuantas horas.

Por cierto, el puerco del frutas aun me debe la gasolina.

Chus Hefner dijo...

Grisnell, antes te cobrarás una libra de carne...