lunes, diciembre 20, 2010

Hazañas Buquizas (I): el Halcón Milenario

El sábado el señor Cochilín aparte de enjaretarse el equivalente a tres sobres para hacer flan Royal con su correspondiente carga de azúcar en forma de cubatas de vodka caramelo, sin fenecer en el intento ni tener que hacer uso de una cuchara para ingerir esa espesura de "bebida", y aparte de dar unas lecciones del arte de la seducción, estuvo dando la chapa con que en el blog del Buco "se hablaba mucho de fútbol y que ya estaba bien de tanto deporte".

Teniendo en cuenta que todavía no se ha hecho una mísera crónica del devenir del equipo buquizo en la liga de este año (hasta que no ganemos me niego) y que, pensando en Cochilín, estoy preparando una previa del Mundial de Balonmano (ilustrado, como a tí te gusta Cochilín, aunque ya sabes que yo con una 90-95 me conformo) no sé de qué se queja este hombre, pero por si acaso vamos a darle lo que quiere para ver si el próximo día de salir no me revienta los tímpanos diciéndome que la blog no le gusta y vamos a inaugurar la nueva sección de Hazañas Buquizas que, evidentemente, no versarán sobre fútbol.

En esta ocasión hay que retrotraerse hasta agosto del 2005 más o menos. En aquellos tiempos un servidor, el zampolit, tenía por insana costumbre venir todos los fines de semana a Barbastro a efectuar más o menos siempre el mismo ritual. Tras dejar los trastes en casa, ducharme y cambiareme me dirigía a la nave Victory a comerme un bocadillo, un helado, echar un café y reclamar mi legítimo derecho a que se me sirviera un vaso de gaseosa como colofón, hecho este último que todavía sigue provocando discrepancias con la dirección del local.

Tras ello y después de que el Marqués acabara con sus labores de contramaestre en el navío, el viernes perfecto se completaba con la asistencia al evento de la Alimaña Azucarera y/o el Furby Drogado. Eventuales apariciones esporádicas eran de la partida muchas veces como Rusia y Portugal, el Kaiser Cagón, el Grisnell, Cadel Renton, el Fary... aunque el cuarteto de las grandes noches era el mencionado al principio. El destacamento de fuerzas especiales de la República de Naval todavía no había hecho aparición en las aventuras buquizas.

El plan era sencillo. O se iba al Robadero o se iba a Domingo. La diferencia estribaba en que en el Robadero uno venía a ingerir como seis cervezas, tres o cuatro chupitos cuya graduación media nunca bajaba de los 50º gracias a mezclas tan exquisitas como el chinchón, el anís mihura o el puto licor de absenta que era más insano que beberse un pozal de supergen; media tortilla de patata y una napolitana. Al final de la operación le extraían un riñón y se le despedía hasta la próxima ocasión. En Domingo se apostaba por las cosas rarunas, que si una Monasterio de Yuste, que si una Grimbergen. Que una de esas está bien, pero cuando llevas cinco... ahí se solía echar unos guiñotes en ocasiones con el doble literano de Juanjo Puigcorbé, que es la única persona de este mundo capaz de vulcarse al suelo desde una de las sillas de Domingo, que tienen unos reposabrazos que te impiden la maniobra a no ser que vayas como el Hijo del Trueno. Pues Puigcorbé lo hizo, y eso que es bien piquiñín, o sea que aparte de zorro debió de pegar un bote para saltar por encima y acabar de morros contra el suelo...

Después de esto invariablemente se iba a echar más cañas y más chupitos al garito dónde unas veces pagábamos nosotros y otras veces la propiedad o se iba al garito donde ahora se establece el Negro, lugar famoso por aquel entonces porque te podías pegar una noche entera echando cuartillos de güisqui, comiendo cortezas y hacer todo esto en calzoncillos sentado como un lord del Almirantazgo en mitad de la barra.

Y después de esto invariablemente se acudía al obrador de una panadería de reconocido prestigio a comer saladitos y chuchos de crema como si se fuera a acabar el mundo. Y siempre, siempre, siempre se iba con la caravana rodante de la muerte, esto es, el Ibiza blanco, famoso por salir indemne de un buen puñado de situaciones sorprendentes y por acumular en su guantera, salpicadero, maletero, debajo de las alfombrillas y entre los asientos, el equivalente en monedos al PIB de Sierra Leona, razón por la cual en multitud de ocasiones se pagaba de allí la lifara.

Pero el día que voy a relatar, por suerte, no estaba la caravana rodante de la muerte. Eran más de las cinco de la mañana y en algún garito nos encontrábamos la Zeta, el Marqués, seguramente la Alimaña y yo. En estas que se decidió bajar como de costumbre a por nuestra nutritiva napolitana de chocolate. Muchas veces tampoco es que hubiese mucho hambre pero el reto que suponía el comerse eso o un chucho de un solo mueso ante el aplauso general precedido de un "a que no tienes cojones..." nos empujaba a ir a la panadería. Pero esa vez no había coche, así es que comenzamos a bajar andando. La Alimaña, si estaba, marchó para casa entonces.

En ese momento, aparece ante nosotros el Emperador con su Halcón Milenario (que más que el Emperador, debería llamársele Chewaca), con evidentes signos de intoxicación etílica, motivo por el cual era blanco fácil para convencerlo de que nos llevase a la panadería. Tras un primera negativa, el bueno del Emperador cede y nos baja.

Mientras terminábamos con las reservas de saladitos del pueblo, alguien sugiere que se podría ir a Estada a echar la última ya que eran las fiestas.

Sin saber como nos encontramos el cuarteto de la Habana montados en el coche del Emperador. Jiji, jaja. El Emperador con una mano en la güebera, con la otra zumbándose una napolitana de jamonyork y queso. De copiloto, el Marqués supongo que zampando también. Detrás, el menda (zampando, claro) y la Zeta sacándose pelos cojoneros y echándoselos al Emperador por la cabeza. Una imagen muy bucólica.

El Emperador enfila por carretera Graus y a la altura del puente yo como que me acojono ya que la Zeta corre a abrocharse el cinturón de seguridad como alma que lleva el diablo. Y estamos hablando de la Zeta, que cuando va zorro tiene de todo menos conocimiento... A la altura de la guardia civil ya no sabíamos si reir o llorar. El paso del Halcón Milenario fue hecho a 140 km/h y repito, el Emperador seguía llevando una mano en la cojonera y con la otra iba empujando napolitana pal garganchón. De vez en cuando, se sacaba rascarse las pelotas y corregía la trayectoria del Halcón dando topetazos al volante.

Se salió a la Nacional no sé como ya que ninguno de los presentes recuerda que el Emperador realizase stop alguno. Debió de ser como la vez que dio la curva de la feria con la furgoneta de reparto y tuvo un sobreviraje motivo por el cual los gitanos de san valentín bebieron pastura para tocinos de gratis durante dos años. Solamente que esta vez no sobreviró y el Halcón Milenario se incorporó a la Nacional. Y entonces la Zeta comenzó a alumbrar al resto de los coches con una linterna que se encontró por la parte de atrás mientras iba diseminando sus pelos por la bandeja superior del maletero. No sé como, llegamos a Estada.

Una vez en el baile (o lo que fuera) vamos a la barra y tras descartar, no sin pernsárnoslo muy mucho, el adquirir un bono de 100 cervezas decidimos sacar rondas al modo tradicional. ¿Qué queréis?. La Zeta una caña, el Marqués una caña, yo una caña. El Emperador, un vodka con limón. Y eso que conducía...

La única compañía en la plaza era la de las camareras, cuatro mareaos del pueblo y una panda de búlgaros que a veces frecuentaba la nave Victory y que trasegaban ginebra y langostinos como si fuesen agua. Lo cual no fue óbice para largarnos echando ostias sino que tuvimos los santos huevos de sacar un par de rondas cada uno. 4x2 = 8 rondas. 8 rondas del Emperador = 8 vodkas con limón.

A pesar de que eran cerca de las 6 cuando llegamos al pueblo, la estancía no se demoró por más de una hora y a las 7 cogíamos de nuevo el Halcón Milenario para volver a Nieblavilla. Saquen cuentas ustedes mismos y obtengan el ritmo infernal al que se bebía esa noche.

Tras hacer unas comprobaciones acerca de la capacidad del Emperador para coger la nave, y se las hacíamos nosotros tócate los cojones, empezamos el viaje de vuelta y a mitad de camino, tócate los cojones otra vez, aparece una niebla preta que ni en diciembre. Ahí es cuando pensamos que nos habíamos ido a tomar por culo por alguna margen y que estábamos en el limbo como los personajes de los Otros, envueltos por la boira. Al final llegamos a casa y no sé los demas pero cuando me metí en la cama fue cuando comprendí la magnitud del acontecimiento y la soberana potra que habíamos tenido de llegar sanos y salvos sin haber incurrido en accidente alguno ni reventada de alcoholímetro por petar el límite máximo.
Eso sí, el Emperador estuvo sacando pelos cojoneros y saladitos de debajo de las alfombrillas hasta navidades.

7 comentarios:

la Alimaña azucarera dijo...

Efectivamente, gracias a dios tuve la suerte de no subir en ese coche.
Para dentro de poco espero un Hazañas Buquizas(II): Bailando con osos.
Donde un grupo de 5 intrepidos soldados se internan en la ciudad de radiquero a mezclarse con sus gentes y faunas...

sí, alimaña dijo...

Efectivamente Alimaña, tu propuesta es una de las dos o tres candidatas a aparecer como segunda entrega de esta saga.

el furby drogado dijo...

La clausura del Traspaso tambien fue memorable...

La alimaña azucarera dijo...

A ver si os gusta la nueva cabecera que he diseñado para el blog

el furby extasiado dijo...

Moooola...

Desmond dijo...

Copon que majo!!! si parece una pagina profesional y todo...

cochilin dijo...

uiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, asi asi si!!!
Esto es cultura y entretenimiento social!!!
Deberias guardar todos estos magnificos documentos y hacer un libro recopilatorio y luego publicarlo, le decimos a la canija tetuda esa del telearagon q le haga un especial tipo "como se hace el pacharan en casa del Desmon" y a triunfar macho, te haces de oro!!.