Hoy no me puedo levantar

Saludos, se dirige a vosotros la alimaña azucarera.

Para quien espere una crónica detallada de la etapa del Sábado, que no se haga muchas ilusiones, pues en los adoquines del tramo de la leyenda mi mente ya se torna turbia.

La etapa transcurrió en sus inicios mas tranquila que ningún otro año. En la zona de las carpas los corredores estaban tranquilos, comentando entre ellos los lances de la etapa anterior: el cómo Carl Schleck equivoco su hoja de ruta por una de una etapa del tour del Adriatico, de los ataques de Angy en el puerto del Gin-tonic, los rumores de dopaje de Esfroyd Landis, los ágiles movimientos de Sandy Casal y el cómo fue posible que Desmond Cavendish perdiese la etapa al sprint cuando parecía que la tenia ganada.

Una vez en la leyenda la negror empezó a dominarlo todo con puño de hierro, como es habitual en ella, pues ya no conoce y todo lo cubre. De repente había mas gente fuera del bar que dentro. Se monto de manera espontanea una rave delante de la estación de magnitudes bíblicas, y lo extraño es que tan repentinamente como empezó se disolvió. No se descarta que fuera una visión que se manifestó a la vez en todos nosotros. La carreta empezó a picar hacia arriba de manera progresiva. El mayor de los Schleck decidió no pelear la etapa debido a problemas fisiológicos, como aquel año en el que la once llego a media hora de la cabeza de carrera debido a unas “natillas” en mal estado. Poco después lo que quedaba de pelotón se junto para atacar las ultimas rampas de la etapa.

Allí es cuando en mi ultimo momento de lucidez me di cuenta de una cosa. La etapa no era una normal, se trataba de una crono individual. Los corredores no estaban peleando entre ellos por la gloria y la victoria. Nuestros rivales eramos nosotros mismos. Lo único que nos preocupaba era mantener una postura adecuada sobre la bici y mantener una buena cadencia.

El barro en el tramo final era mas que evidente. La negror poseía a todo el bar. Mirabas a la cara de la gente y veías distintas reacciones: Algunos tenían una expresión de miedo e intranquilidad al no saber muy bien que era esa oscuridad que sentían. Otros estaban alegres y exaltados debido al embriagador aroma de la negror. Otros miraban al vació con mirada perdida apabullados por el poder de aquella que ya no conoce, y todo lo cubre. Pero para nosotros es distinto. Cuando la negror aparece se puede ver en nuestra mirada una cálida sensación de paz interior, es como cuando vuelves a casa después de un largo viaje y te dices: “En fin, otra vez aquí”. Entonces es cuando pides una Kronenbourg y saboreas ese reconfortante sindios.

Si alguien quiere saber las anécdotas de aquella noche, que sin duda las debió de haber, que hable con el Grisnell, ya que el es el único hombre sereno que quedaba en ese lugar, pues la negror tiene otros planes para el, y se le manifiesta de otros modos. En cuanto a mi, a ultima hora, solo recuerdo sonar en mi cabeza una y otra vez “paint it black” de los rolling stones...