martes, febrero 16, 2010

La Catarsis

En capítulos anteriores: la ascensión de los dos colosos del macizo de los Vosgos, les deux Ballons, en la que se ven involucrados los participantes de una Paris-Roubaix más que revuelta, se ve salpicada por idas y venidas espaciotemporales motivadas por un giro de rueda en los mecanismos internos de "La Isla". La Negror es inminente, el acabose se cierne...

Romario Da Souza Faria no daba crédito a lo que veían sus ojos. A su lado, brincaba un tipo con apariencia de sueco entre charcos de barro, con una bicicleta al hombro y una sonrisa de oreja a oreja. Pensó que el campo de fútbol en el que estaba jugando hasta ese momento era un barrizal pero no de las proporciones sobre lo que transitaba en esos momentos ¡subido a una bici! Su mente había cambiado de estar pendiente de un pase apoteósico de Michael Laudrup a verse inmerso en una hecatombe de lodo. Las ruedas de su bici desprendían barro, el sueco que iba a su lado chapoteaba en barro y en lo alto veía dos cimas en las que el cielo se estaba cubriendo. A buen seguro que iba a llover. Y sería barro.
Entonces reparó en que a su lado había un tercer tipo. Parecía confuso y descolocado tanto o más que él. Le preguntó que dónde estaban, que qué estaba pasando. El otro tipo, con los ojos como platos solamente acertaba a decir "no lo sé, no sé que está pasando, quizás estemos muertos, pero me da igual, esto es acojonante". Totò Antibo, influido por esos lodos psicotrópicos al igual que el Grisnell, ni tan siquiera reparó en que el tipo que transitaba a su lado estaba tan perdido como él.
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Desmond Kosovo Cavendish cogió la foto que había sobre la mesilla de noche. La miró, no lo creyó. La volvió a mirar, se estremeció una vez más. En la estampa aparecía el retrato de un tipo con aspecto noble, ataviado con una zamarra de portero de fútbol. Garabateado se podía leer "Para mi querido Bolillo, siempre tuyo, Luis Mari A.". Desmond cerró los ojos queriendo que todo eso fuese parte de una pesadilla, al abrirlos reparó en otro detalle revelador en la mesilla de noche, una botella de Gran Duque de Alba -¡Dios, estoy en casa de Elvir Boliç!".
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G. M. Lafergeld era un clasicómano a la vieja usanza. Fino y elegante como pocos, gustaba de trabajar las etapas poco a poco, forzando en su justa medida a mitad de recorrido para intentar rematar la faena en alguna dificultad orográfica poco antes del final. En cualquier caso, las batallas tempranas en las etapas no iban con él, de modo que imponía su clase cuando el resto ya iba tocado. Lo que era cierto es que cuando el pelotón lo veía, temblaba porque sabía que a partir de ese momento no habría tregua. De un modo u otro, cuando él entraba en escena, la Catarsis de la etapa, estaba próxima.
Cuando el Grisnell se despegaba por momentos de la pareja conformada por Frank Antibo y Andy Da Souza que transitaba perdida entre tanta Negror, apareció para unirse al grupo de cabeza el estratega G.M.
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Frank Schleck había cruzado la línea de meta. Último, pero la había cruzado. Las esperanzas del gran Totò Antibo por convertirse en campeón mundial de los 10000 metros quedaron enterradas por la brutal suplantación de personalidad sufrida cuando la prueba discurría en su ecuador. Frank solamente pudo dar unos pasos más allá del final. Su vista volvió a nublarse y de nuevo se encontró cimbreando su bicicleta en las rampas embarradas del Grand Ballon.
Salvatore Antibo fue sometido a exhaustivas pruebas para desentrañar "qué" había motivado el incidente por el que había realizado una anábasis de cinco mil metros con la mirada perdida y desencajada a ritmo inusualmente bajo. Se determinó que Salvatore había padecido una extraña variante de epilepsia por la que había perdido la consciencia, no así la capacidad motora, durante ese tramo de carrera. Al poco tiempo, se retiró de la práctica atlética. Salvatore nunca se atrevió a confesar la Verdad. A saber de que le hubiesen catalogado si hubiese relatado lo que vieron sus ojos en aquel Infierno embarrado...
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Andy Schleck se encontraba en el cesped del Sadar siendo felicitado por sus compañeros. No sabía ni como había marcado ese gol. Ese gran pase de Michael Laudrup se lo había dejado en bandeja. La cabeza se le fue, tuvo como una sacudida y lo siguiente que vio fue a su hermano Frank pedaleando a su lado. La Negror le había enviado de vuelta a casa.
Romario Da Souza quedó muy tocado después de su breve estancia en aquella Paris-Roubaix. Hizo suya la máxima de George Best por la que todo el dinero que no fuera gastado en mujeres o alcohol era dinero malgastado y se lanzó con ahinco a intentar desterrar los fantasmas que atormentaban su cabeza a base de no malgastar nunca más su dinero.
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Elvir Boliç era como un hermano mayor para Desmond Cavendish. El escotokosovar se había visto obligado a abandonar muy pronto su casa en la Isla de Man debido a su incipiente carrera como ciclista. El destino elegido fue Southampton debido a que muy cerca de allí, en Calshot, se encontraba el único velódromo de todo el Reino Unido. Desmond pensó que lo mejor sería compartir piso con alguien y tras un par de días encontró la casa de un estibador llamado Bolillo, aunque se hacía llamar Boliç, http://www.freewebs.com/lanegror/bolilloslife.htm en la que convivían seres de lo más peculiares.
Como Desmond vio de inmediato que no se sabía muy bien porque había ido a parar en viaje astral a su antigua casa de Southampton, se quedó muy quieto, tirado en esa cama, esperando a que todo eso pasase. Lo que no quería por nada de este mundo era salir fuera y encontrarse con algún marinero ruso en el baño, o un oso disecado en el salón o un oligofrénico de Hospitalet en el pasillo. Ni de coña.
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Frank miró a Andy. Andy miró a Frank. Sin hablar comprendieron que los dos habían sufrido una experiencia similar. Sus caras de susto lo denotaban. En ese momento G.M. Lafergeld se puso a la par de los dos hermanos. El Grisnell había tomado la sabia decisión de despeñarse precipicio abajo. No aguantaba ese sindios. Estaban a punto de coronar la cima...

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