Que en esta blog se quiere a Alemania y se desprecia a los Mandarinas es un hecho que se puede corroborar en, digamos, una de cada cuatro o cinco entradas. Los motivos son diversos, y algunos quizá insuficientes, pero quien no esté de acuerdo que no nos intente convencer de lo contrario, y si no ya sabe lo que tiene que hacer, cerrar ventana y buscar otras blogs más amables.
Futbolísticamente hablando, el grueso de la camada buquiza sufrío en sus infantes carnes el latrocinio hecho a esa generación del Real Madrid que jamás consiguió levantar la Copa de Europa por culpa de esa cohorte de bandidos neerlandeses que perpetraban bajo el auspicio de la casa Philips a los mandos del homínido culotanque con cara de Tintín que luego aterrizó en la Secta de la Diagonal. Para los que se hayan perdido, muchos vivimos estigmatizados por aquel empate a uno en casa contra esos bastardos del PSV.
Esos lisonjeros protestantes a los que el Duque de Alba ya hizo bien en darles candela hace cinco siglos, continuaron con su befa y escarnio hacia el Madrid en las huestes malolientes rossoneras de Milano, las nerozzurri en cambio siempre fueron amistosas, y siguieron la foricada haciendo sucumbir a la selección soviética en la Eurocopa del 88.
En ciclismo aquellos tiempos no fueron mejores, en la que esa cohorte de hienas apestaba las carreteras con sus pijipis melenudos, cuyo máximo exponente era la puta del Barrio Rojo, la meretriz Theunisse, clembuterizados y efedrinizados hasta límites insanos.
Los duelos ante la Curicuriká por parte del Buco Juniors no hiceron sino exacerbar ese odio visceral que todo buen buco tiene hacia los Mandarinas, dado que el eterno rival del Buco tuvo un buen día la gran idea de autodenominarse "la Holanda del fútbol sala". Ese día, el Buco le hizo saber que sí, que era la Holanda, pero "la estúpida Holanda", y que "la ruda Alemania", ergo nosotros, le podía sacar del campo del Caprabo Park a base de cojonera con resultados tan sonrojantes como un 19 a 3. Y lo más sonrojante no era el resultado sino el plantel con el que se conseguían aquellas memorables victorias. Schuster pasado de kilos, el Marqués pasado de vueltas, la Alimaña con una rodilla a punto de pasarse de rosca... un equipo muy bursatil.
Pero entre medias de estos dos hechos, las foricadas del 88 y los derbis trepidantes en la pista de fútbol-ostias tuvieron lugar unos hechos que hicieron que ese odio hacia el Mandarinismo tuviera sentido.
Corría el año 2000. Verano del 2000. Una tropa de bucos decide pasar unos días en Salou. Por aquellos años todos los veranos se bajaba una vez a Salou, o a veces, a Sitges, pero de aquel viaje da para una entrada aparte y si los lectores la demandan se contará en un futuro en profundidad lo que deparó aquel infernal viaje. La expedición estaba formada por el Kaiser Cagón, Patxi Panizo, Cadel Renton, Pako Fiesta (que no es un buco al uso pero en este caso lo incluiremos), Chus Hefner, el Alemán, Lory y yo, el zampolit. No sé si me dejo a alguien.
El caso es que unos cuantos marcharon a principio de semana, supongo que los más pudientes o los que no tuviesen otra cosa que hacer que marchar allá abajo a empifolarse. Lo que sí recuerdo es que yo bajé en autobús con el señor Hefner días más tarde y cuando entrábamos en Salou se me ocurre preguntarle si los demás sabían que bajábamos entonces (entonces no había o no teníamos móviles). Pues no lo sé. Jodo, y sabes dónde está el apartahotel... Tampoco. Jodo, pues ya verás tú...
Cuando se mascaba la tragedia, el autobús para en el semáforo justo antes de la estación y vemos cruzar el paso de cebra a Cadel Renton con su estampa típica veraniega de finales de los 90-principios de los dosmiles. Desgreñao a más no poder, camiseta negra de Jack Daniel's, bermudas, adidas modelo Jesucristo y cigarro en la mano. Yo creo que se jodía esa camiseta el 20 de junio y se la quitaba el 4 de septiembre. Era una de esas prendas míticas que todo el mundo asociaría a su portador, algo así como la chaqueta del Seminario de Schuster o el jersey de Georgia Tech del Kaiser o el tabardo Hummel de Fagocito Hurtado...
Bueno, el caso es que Cadel no se sabe como se había acordado de que llegábamos entonces. Lo que no sé como es que se supo levantar con la juerga que se habían corrido la noche anterior con el Kaiser, Pako Fiesta y Panizo, un cuarteto de probada solvencia en aquellos años que podían trasegar Cutty Shark como descosidos.
Llegamos al apartahotel y no nos defrauda, se trata del típico cubil neomodernista de estilo costadauradiense que tan en boga está por esas tierras que parlan raro. La putada, sin embargo, no era que el baño diera grima, o que las puertas no cerrasen bien, no. Aquella cocina iba a una velocidad equivalente a que hervir el agua de una perola costaba la friolera de dos horas. Y no exagero. Hacer unos macarrones era una labor titánica que podía destrozar los nervios de cualquiera. Al menos había una tele y pudimos ver el final de etapa del Tour donde ganó Botero (porque me acuerdo de estas mierdas?!?) y el Coloso de Biescas se vio relegado a ser gregario del colombiano ante las estentoreas protestas del personal allí presente. Después de eso comenzamos a preparar la cena, ya que con la marcheta que llevaba la cocina esa como para hacerlo con prisas...
Pues eso, que dejamos la perola al fuego y nos bajamos a la piscina del hotel a hacer hora para la cena. Alguien sacó una baraja y empezamos a jugar al guiñote. La partida de guiñote más surrealista de la Historia. Pendiente de las cartas no estaba nadie, el que menos Panizo, que con unas gafas de sol puestas para disimular estaba pendiente de los movimientos de un cuarteto de alemanas que sabían latín, ostrogodo y varias lenguas muertas. Había una de las que le gustan a CasalS (lo siento Sandy, la S se pone sola la muy jodida...), de grandes pechos y anatomía recia aunque sin llegar a una morbidez extrema. De cara era guapeta, eso sí. Había otras dos también rubietas de las que no le gustan a Sandy por ser "delgadetas" y que para el común de los mortales están como un dios. Y luego estaba una moreneta, la Littbarski del equipo, que era la que a Hefner y a mí nos gustaba y que, o estaba tronada o se nos vulcó vilmente ya que debió salir aquellas cuarenta veces de la piscina y en lugar de ir directa a su toalla daba toooooda la vuelta al vaso para pasar juuuusto por delante nuestro ante los consiguientes bramidos.
Cuando aquel sindios era insoportable y las zagalas se fueron a la habitación a maquear, las huestes buquizas decidieron subir a ver si la perola había alcanzado el punto de ebullición tan rápido como lo habíamos logrado nosotros. La mala puta de cocina aquella tiraba menos que Abraham Olano subiendo el Larrau en el año 96, pero puede decirse que aquella perola CASI hervía tras dos horas al fuego. Echamos la pasta y chino chano se cocinó para hacer la ensaladeta de pasta.
Mientras los chefs perpetraban en la cocina, los vagos permanecíamos en la terraza mientras el resto se iba duchando. El Alemán, que por aquel entonces fumaba, iba tirando las colillas desde la terraza de nuestro quinto piso al toldo que había en la planta baja, perteneciente a una cafetería ya cerrada donde sólo quedaba el mobiliario de sillas y mesas de madera. Estando allí nos dimos cuenta de dos detalles. Tres pisos más abajo habitaban Klinsmann, Völler (las guapetas), Jancker (la cuasimórbida) y Littbarski (la tronada), mientras que justo al lado nos había tocado en suerte una comuna de pijipis mandarinas extremadamente ruidosos y molestos que se estaban poniendo como ziquilines y que en plena borrachera lisérgica les había dado por gritar como orangutanes y fumar como descosidos en la terraza (eso pensábamos) por la humera que desprendían.
La ensalada de pasta ya estaba preparada para cenar después de unas cuatro horas de elaboración gracias a la fantabulosa cocina. La gente estaba duchada y arreglada y comenzamos a echar "arranques" de Cutty Shark en la terraza. El señor Panizo que hoy por hoy es un ser cuasicivilizado por aquel entonces era un ente asilvestrado gracias a su asiduidad en la noche del Alto Sobrarbe y Serrablo, lo que le llevó a ser un joven maziello que nos llevaba a todos por la senda del "esto se arregla de 2 maneras; Fuera o dentro" o el simple y terrorífico "que te he dicho que bebas". Y ahí no había más que hablar...
El Alemán seguía tirando colillas abajo, la gente seguía bebiendo, los mandarinas dando por culo y las alemanetas saliendo a saludar allá abajo. Venga, que bajamos. Que sí, que no, que espera. Total, que cuando íbamos a emprender la Invasión de Berlín, empieza a salir humo del toldo de abajo...
Ostia tú, que sale humo, trae un pozal de agua que se ha prendido fuego allá abajo. Echamos un pozal y aquello que no se apagaba. Sale más humo y una llamaradeta. Ostiaaaaa!
Echamos más pozales. El Alemán acojonado porque pensaba que sus colillas habían provocado el incidente. La gente de la calle que se comienza a congregar frente al hotel. Gritos, tumulto...
Echamos dos pozales más y las llamas se extinguen por completo. Hasta los mandarinas contribuyen tirando algo de agua.
Pero frente al hotel se sigue juntando más y más y más gente. Y empiezan a gritar y a hacernos gestos.
¡Exageraos! ¡Que ya está apagado! que gente, que escandalera. Y la gente que sigue bramando y de repente, uno de los mayores sustos que me he llevado en toda mi vida. El toldo de la planta baja se viene abajo y en su lugar aparece una llamarada que asciende hasta la tercera planta de golpe y porrazo.
Pegamos un brinco de la barandilla hacia atrás y volvemos a mirar abajo para cerciorarnos. Sí, sí, la planta baja se está quemando y las llamas llegan hasta cinco metros más abajo. Hasta tres, hasta dos, joder... aparta que llegan hasta aquí!
En ese momento unos cuantos enganchamos la puerta para huir de allí. Al señor Panizo no se le ocurre otra cosa que ponerse a entrar las sillas y las hamacas de la terraza "para que no se sucarren o cojan olor a humo, que la mujer que nos ha alquilado el apartamento la conozco". Tócate los cojones. A mí me temblaban las piernas, tenía cogida la puerta y no tenía pelotas a volver a la terraza pero tengo la imagen de Panizo metiendo zarrios para dentro ayudado por no sé quien y lenguas de fuego de fondo. Era una escena surrealista.
Salimos por fin del apartamento los que quedábamos allí porque alguno había bajado a avisar a recepción con las primeras llamaradetas que habíamos apagado a base de pozales de agua. Allí nos encontramos a los hijos de la gran puta de la habitación de al lado.
Quizá piensen que soy un poco tosco o vulgar en cuanto a mis comentarios de los compañeros de hotel. Eran mandarinas y después de lo que contaré un poco más tarde convendrán que aun me estoy quedando corto. Aquellos hijos de mala madre salieron al pasillo con latas de Heineken, odiosa cerveza neerlandesa, riéndose y sin camiseta. El resto de la gente normal llevábamos una cara de espanto que para qué. Comenzamos a bajar las escaleras sin saber si en algún momento nos encontraríamos fuego. Lo que se dice un mal rato. Y aquellos bastardos bebiendo cervezas y de descojonada.
Afortunadamente pudimos bajar las cinco plantas del tirón, un poco de humo eso sí, pero nada de tener que recular o buscar salidas alternativas. De ahí salimos a la recepción y de ahí de una puñetera vez a la calle. Creo que jamás me alegraré tanto de pisar la calle de Salou. Afuera había montado un titi importante. Los bomberos que al fin habían llegado te hacían cruzar la calle y situarte donde el tumulto original de gente, los que nos gritaban cuando echábamos los pozales de agua a las llamaradetas.
El grupo de gente iba in crescendo y el de gilipollas también. Aparte de los mandarinas que seguían con su juerga se nos acercó un autóctono de la zona con gafas de culo vaso y una cámara de video. Que si podíamos posar frente al hotel con las llamas de fondo y contar nuestra experiencia para después mandarlo a la tele.
La contestación fue algo así como un TATOMAPOLCULO que en un principio no comprendió pero que una vez trasladado al castellano quedó en QUE NO, QUE NO NOS INTERESA, QUE SE VAYA USTED A TOMAR POR EL CULO.
Y profundamente extrañado se dio la vuelta y fue a intentar convencer a otros incautos, repitiendo que eso era para la televisión, que tal y que cual...
El Alemán había marchado a mover el coche que estaba aparcado casi enfrente del garito en llamas y corría riesgo de explotar. Cuando volvió estaba todo obsesionado con que el culpable del incendio había sido él, con las dichosas colillas que había tirado al toldo. Nosotros, pues hombre, te vas emparanoiando y de la obsesión del Alemán se pasó a la creencia generalizada de que:
Tres colillas de Marlboro mal apagadas le habían petado fuego a un toldo de lona de un dedo de gordo y el correspondiente mobiliario del bar que había bajo él.
Que la policía no era tonta y que tras hallar el cuerpo del delito mediante un estudio de balística comprenderían que la única trayectoria posible de las colillas tenía por inicio nuestra terraza.
Que nos iban a trincar e íbamos a dormir esa noche en el cuartelillo.
Que con los antecedentes que teníamos en materia de incendios gracias al garito del Pollero, la Interpol ya estaba atando cabos.
Que nos iba a tocar pagar la de dios en concepto de indemnizaciones ya que el fuego había arrasado el local de la cafetería y buena parte de la primera planta, a la espera de que se confirmase que todo el mundo había sido evacuado y el fuego no había pillado a nadie.
Que la somanta de ostias que nos iban a dar nuestros padres iba a ser fina.
Con estos condicionantes en la cabeza se nos ocurre que, a partir de ese momento del tema de los cigarros no sabía nadie ni media. Allí comenzaron a llegar Policía Nacional, inspectores y el copón bendito. Cómo sería el acojonamiento que llevábamos que en ese momento vemos al cuarteto de alemanas en la calle, una vestida, las otras a medias y otra con una toalla a la que seguro que le había pillado el fuego duchándose. Y esas sí que estaban bien jodidas que tenían la habitación completamente arrasada. Pues ninguno tuvimos la decencia de ir a preguntar si necesitaban algo o a prestarles aunque fuese una camiseta a la pobre moza que iba desnuda con la toalla...
Los bomberos apagan el fuego, entran a inspeccionar, salen, confirman que todo el mundo está fuera y que no hay heridos. Los años de condena en prisión iban descendiendo. Al menos, no nos habíamos cargado a nadie... Comienzan a dar paso a la gente para que suba a las habitaciones, recoger algo y si es posible brincar a pasar la mayor parte de la noche fuera por si acaso. A los del primero les dicen que no pueden subir, que la planta está totalmente calcinada. A los del quinto, que subamos deprisa.
Pasamos ante la policía, estos nos han fichado ya, que no, que sí, por si acaso no os los mireis. Enfilamos las escaleras y llegamos al rellano del quinto. Y allí pues lo típico, un pasillo largo y una ringlera de veinte o treinta puertas. Y al fondo estaba la nuestra y para acojonamiento generalizado, la típica cinta de "No pasar, policía" estaba cruzada en el marco de la puerta. Ya está, ya nos han enganchado, a joder...
Alguno más espabilao fue más prudente y comenzó a caminar por el pasillo y llegado un punto se volvió y nos hizo avanzar al resto, "No es nuestra puerta, es la de al lado, la de los Mandarinas" (supongo que diría holandeses, pero me niego a llamarlos por ese nombre, Mandarinas o en todo caso Hijos de la Grandísma Puta)
Entramos a nuestro apartamento y dos cosas nos llamaron la atención. El espantoso olor a humo y la ensalada de pasta, que se había quedado en la encimera. Se había quedado tan ahumada que ni el Kaiser Cagón (cuando el Kaiser era una máquina de devorar) se planteó tocarla.
Por fortuna, las hamacas de los cojones estaban sanas y salvas.
Y fue entonces cuando a alguien se le ocurrió mirar a través de la mampara de la terraza a la de los vecinos, a ver por qué les habían chapado el acceso al apartamento. Lo que allí había no tenía nombre. Una mesa de plástico quemada por las patas. Sillas calcinadas. Toallas abrasadas... ¡Tócate los cojones! En ese momento fue cuando conceptuamos que el incendio no lo habían provocado las puñeteras colillas, no (o a lo mejor sí), sino la cohorte de capullos que teníamos por vecinos (y si no habían sido ellos les iba a caer la mierda, vaya que sí).
Así pues cogimos lo que teníamos que coger, no nos cambiamos (para qué, la ropa que se había quedado allí apestaba a brasada) y marchamos como fuinas para abajo con una idea muy clara en nuestra cabeza. Ser un chivato es de las cosas más feas que hay en esta vida, pero joder, esta vez estaba justificado.
Enganchamos al primer Nacional que vimos y le preguntamos por el Inspector. Aquel gacho se presentó ante nosotros y, joder, daba el pego. Era una mezcla entre Colombo y Clive Owen, el gacho que come zanahorias, se zabuca a la Bellucci y pega tiros durante dos horas en la peli más bizarra que uno haya podido contemplar (sin sonido, al estilo Mortimer) en Domingo's.
-"Oiga señor, hemos subido al apartamento y hemos visto unas cosas muy raras en el de al lado". Claro está que no le dijimos que habíamos hecho un allanamiento de morada saltando la mampara para contemplar in situ las tropelías de esos oranje, pero todo lo demás sí.
-"Gracias, pero ya estamos enterados, como habreis visto hemos estado allí"
Ya, pájaro, pero suelta la gallina y dinos qué cojones han hecho, no nos tengas con la mierda en la boca...
-"Entonces, ¿han sido ellos los causantes?"
-"Venga chavales, si necesitamos alguna cosa os llamaremos. Marchad a cenar algo por ahí y después ir a echaros un buen trago"
No dijo ni que sí, ni que no, pero visto lo visto la cosa parecía pintar mal para aquellos mandarinas. Más tarde se supo vía, tele, prensa y cotilleos varios que aquellos hijos de Satanás en pleno akelarre en la terraza habían petado fuego a una toalla, se les había ido de las manos y tuvieron la feliz idea de lanzarla para abajo. Aquello fue lo que prendió fuego al toldo y nosotros no nos dimos cuenta (recordemos que el piso de las alemanas centraba bastante nuestra atención). Mientras apagábamos las primeras llamaradas, la toalla debió traspasar el toldo y ya abajo en el local fue consumiendo las sillas y las mesas. De ahí el que se extinguiese por un momento el fuego, la calma y el repentino subidón cuando el local estaba ya como las calderas de Pedro Botero.
En resumidas cuentas, mientras un grupo de españolitos nos torturábamos mentalmente sobre las posibles consecuencias de unos actos de los que a ciencia cierta no sabíamos si habíamos sido culpables, esos doblemoralistas de mierda, capaces de legalizar algún día el apareamiento entre humanos y babuinos del Serengeti y al mismo tiempo ser la maldita raza más monárquica sobre la faz de la Tierra, se descojonaban del asunto y seguían de borrachera.
Al final los que durmieron en el cuartelillo fueron ellos, y nosotros nos fuimos de zorrera. Irse a dormir sobrio con semejante olor a brasada era insano. Al día siguiente todo transcurrió con normalidad y Colombo nos volvió a visitar a la hora de la siesta. Nos dijo que ya estaba todo aclarado y que los vecinitos habían declarado. Los tenían bien trincados por las pelotas.
Esa noche se volvió a salir, claro que sí y al día siguiente se recogió el tenderete para marchar a punta mañana (hace falta tenerlos cuadraos) para casa. Esto que voy a contar puede que ocurriese otro años pero como viene al hilo lo planto ahora que quedará un final de cojonera...
No había hecho más que arrancar el autobús cuando cruzamos ese pueblo que está a 10 km escasos de Salou. Ese pueblo que más bien es una ciudad y que de las cosas buenas que tiene es que cuando el Barça de hockey patines va a jugar allí lo más granado del pueblo se dedica a escupir a los culés desde el palco presidencial como si hubiese 20 Castejones todos juntos en el Municipal. Inenarrable.
Pues bien, Patxi Panizo que la noche de antes se había puesto como un cacinclo de repente tuvo una urgente y extrema necesidad de evacuar oralmente el contenido de su estómago. Cadel Renton fue corriendo a pedir una bolseta al conductor mas cuando volvió sólo puedo contemplar a Panizo haciendo improvos esfuerzos por intentar retener la vomitona con sus manos, mientras esta se escapaba entre sus dedos. La mayor y mejor potada que he visto en mi puñetera vida en un autobús.
El estallido de risa hizo que se volviese todo el autobús hacia la parte trasera y que el conductor se empezase a cagar en toda nuestra parentela. La visión de aquellos trozos de salchicha frankfurt saliendo disparados entre los dedos provocaba una reacción invérsamente proporcional a nuestras risas en el resto de la gente, traducida en miradas de odio y asco...
Años más tarde, Chus Hefner y el Kaiser Cagón tuvieron los santos cojones de irse de Erasmus a Mandarinalandia. Volvieron sanos y salvos y sin haber perpetrado crimen alguno contra esas gentes. Nunca llegué a comprender que se fueran a las tierras de esos doblemoralistas.
Yo por mi parte, también decidí irme de "Erasmus" al pueblo que hizo que Panizo vomitase mientras el autobús lo cruzaba. Es el único sitio donde le he visto vomitar tras zorrear (y creo que será el único, el cabrón es duro) y pensé que ese debía ser un sitio especial. De los curiosos especímenes que conocí en aquel lugar sí que se podría hacer un libro, pero eso ya será en otra ocasión...
3 comentarios:
Pobre Panizo... era yo el que iba sentado en el bus con él.
Fuí a buscarle la bolsa, pero en lugar de darsela abierta para que potara a gusto se la dí toda plegada mientras el pobre usaba sus manos para tapar la erupción que pugnaba por salir de su boca...
Se quedó con la bolseta en una mano mientras la potada le explotaba en la otra.
Y el puto autobús tenía 45 minutos de intercambio en Lérida... 45 minutos de escarnio, con la camiseta potada y echando peste a bilis y zorrera por la calle de las tiendas de Lleida.
Jajajaja, que historia!!! Que grandisimos hijos de puta, los holandeses. Ultimamente prolifera mucho el tipo de turista indeseable, por España. Perroflautas venidos de Francia, Holanda, e incluso algun que otro Aleman (sin duda, la peor basura sacada de Alemania, ese noble pais). Deberia haber un cartel en las aduanas que ponga "Piesnegros NO".
PD: Adivina que chaqueta de chandal llevo puesta en este momento, Zampolit. Jejejejeje...
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