En capítulos anteriores: los hermanos Schleck se ven envueltos en una turbadora experiencia mientras "intentan" ascender un mítico puerto de la región de los Vosgos. Paralelamente, otra serie de corredores de esa carrera demoniaca sufren intercambios de personalidad con los personajes más variopintos que les ofrecen una visión mucho más amplia de lo que la Negror es capaz de hacer por ellos. La cima del puerto está próxima, pero un nuevo personaje hace aparición, ¿qué ocurrirá?...
Andy Marqués Schleck miró a Frank Zampolit. Sabía que no venía a cuento, pero se lo tenía que contar, -"Laudrup me ha metido un pase largo de la ostia". Frank no comprendió nada de lo que su hermano había soltado por la boca, pero imaginando que a ambos les había ocurrido algo semejante le respondió -"Ya puede ser, ya. Yo sólo sé que estoy bien jodido". Y tanto que estaba jodido, se había pegado cinco mil metros intentando seguir a tres keniatas y a un marroquí en una pista de tartán. Como para no estarlo.
G.M. Lafergeld se colocó a la par de esos deshechos, pues es lo que eran en esos instantes, y sin encomendarse a nadie y sin mostar un ápice de piedad les espetó "Pero, ¿a dónde váis?". La pregunta era lógica, la pareja a pesar de ir en cabeza se cimbreaba sobre la bicicleta de manera cómica, era evidente que no aguantarían muchos más metros. Esa cima estaba maldita, las visiones, el intenso barro, la locura transitoria del Grisnell que le llevó a despeñarse precipicio abajo... era una pregunta lógica, pero cruel. Cruel, puesto que lo que más ansiaban esa pareja de deshechos era alcanzar la cima. A pesar de que no podían ni con las tabas.
-Cómo que a dónde vamos... creo que está claro.
-Pues no sé yo- continuó G.M.- a mi me parece que esas cimas son INEXPUGNABLES para vosotros.
-¿Inexpugqué?
-INEXPUGNABLES, imposibles, daos la vuelta, NADA que hacer.
-Pero...
-Hacedme caso, si me seguís aun estamos a tiempo de tomar un camino alternativo para llegar a Roubaix por el paso de Moria...
-Pero eso es por debajo de la montaña, y nosotros la queremos subir, queremos hollar la cima...
-Inexpugnable, hacedme caso...
La destartalada mente de esos dos personajes no pudo mantener por más tiempo aquella batalla dialéctica con Lafergeld. Sin duda, les había tendido una trampa para llegar a Roubaix fresco de fuerzas y batirles al sprint en pleno velódromo.
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Desmond Kosovo Cavendish se había quedado muy quieto en la cama de Elvir Boliç. No tenía ánimos para salir afuera, más bien le daba pavor. Así es que al rato se quedó dormido. Le pareció soñar durante ese tiempo, aunque no sabía a ciencia cierta si esos sueños pertenecían a su mente o a la de Boliç pues no sabía discernir entre tanta depravación. Lo más flojo fue una escena en la que viendo un partido de fútbol de su estimado Stoke City en un bar que le resultaba familiar, el delantero del equipo, Fuler, fallaba una ocasión de gol clarísima. En ese momento Desmond-Bolillo hacía descender a todos los santos del cielo llorando lágrimas de sangre. Vociferaba lo que no estaba en los escritos...
Al cabo le pareció despertar, aunque no podía asegurarlo a ciencia cierta, sobre la barra de otro bar, con un buho de madera mirándole a los ojos. No tenía la más ligera idea de lo que estaba haciendo allí. Le pareció estar borracho. Enórmemente borracho. Miró a su lado y vio a un personaje que le resultaba familiar, pero no tenía idea de quién podía ser. Era un hombre de mediana edad, con gafas y aire de intelectual. Pensó que debía de ser un filósofo, o en todo caso, eminente estadista. Iba a abrir la boca para preguntar "¿y tú quien eres?" cuando el otro se le adelantó.
-"Hola Bernd, ¿puedo llamarte Bernd? ¿eh, Bernd?"
Desmond no supo que contestar. Simplemente hizo una mueca de asentimiento y pidió una jarra de cerveza. Si ahora le tocaba pasar un rato con ese personaje, que por lo menos fuese bebiendo. Y hasta hoy...
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El trío de cabeza se despidió de las faldas del Grand Ballon y tomaron la lúgrube ruta del paso de Moria. Muy pronto se vieron envueltos en un paisaje completamente diferente. Desde luego la ruta no era tan sufrida pero ni mucho menos tan bonita. Avituallaron durante un buen rato y dejaron pasar los kilómetros hasta llegar a Roubaix.
La pareja de hermanos se dio cuenta de la emboscada que les había tendido el Gran Maestro Lafergeld, quien sin duda había valorado la jugada durante semanas en su cuartel general, donde tenía día y noche una cantidad ingente de ordenadores calculando las posibles tácticas que le podían hacer llegar victorioso al final de las etapas. Y siempre lo conseguía, en la mayoría de las ocasiones acompañado de la mano de V. Toré Karpets, aunque las tácticas de este otro personaje eran mucho más oscuras y siniestras. Él simplemente se materializaba en línea de meta y perpetraba. Así de fácil.
Así es que los Schleck comprendieron que ese sprint en el velódromo de Roubaix estaba más que perdido. La Gloria de ganar la etapa no se la iban a llevar en ningún caso y el Honor de cruzar el paso del Gran Ballon y hollar su cima se lo habían dejado en el camino así es que tomaron la alternativa del Diablo...
Al doblar la esquina de una de las avenidas de Roubaix, se dieron media vuelta, enfilaron prestos hacia la montaña mágica. La Negror era muy poderosa y no podían hacer nada para detener ese sindiós. Quizás todavía estuviesen a tiempo de pasar primeros.
Pero cuando ya atisbaban las carreteras embarradas del puerto comprobaron con estupor como un cartel de gigantescas proporciones les indicaba "FERMÉ". Cerrado, chapado, a cal y canto. La maniobra no resultaba tan sencilla como bordear el cartel y proseguir la marcha. No. Lo que antes era barro se había convertido en nieve. Por ahí no podía pasar ni dios. Se quedaron mirando perplejos sin entender que había ocurrido ahí. Sin abrir la boca llegaron a la conclusión de que ese día tampoco iba a ser. Bajaron un plato y subieron piñones, aminoraron la marcha y se fueron tranquilamente a casa. Al fin y al cabo, la montaña siempre seguiría en su sitio...
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EPÍLOGO
Habían pasado casi dos meses desde aquella etapa. La temporada había derivado en escaramuzas de diversa índole con especial atención al día en el que los hermanos Schleck tuvieron que abandonar a mitad de Milán-SanRemo debido a que intentaron hacer la jugada de Chiapucci desde el primer kilómetro y sufrieron una insolación e intoxicación por ingesta masiva de líquidos de proporciones bíblicas. Pero parecía que la cosa se estaba tranquilizando...
El pelotón estaba disputando la Vuelta a Murcia. No era una gran carrera pero al menos era algo. Ni mucho menos tenía el glamour de las cimas alpinas, pero Frank había visto una posibilidad de triunfo en la cima de Estupro-blema (cima cercana a la de Cruz de Caravaca-Unicej) y se había marchado en solitario mientras la Alimaña Azucarera, el Grisnell, Karpets o Andy se dedicaban a hacer kilómetros. Les había comentado que pegaba un arreón y si iba bien, bien; y si no, para casa...
No llevaba ni dos minutos pedaleando cuando tuvo el acto reflejo de mirar hacia arriba, hacia la cima. Y no vio una cima pelada con cuatro carrascas, no, vio la cima del Grand Ballon... cerró los ojos, los abrió, volvió a mirar y ahí estaba... el Grand Ballon. Frank paró la bici, tiró carretera abajo y corrió a buscar a Andy.
Andy lo vio venir de frente, esbozó una sonrisa y antes de que el otro dijese nada le ofreció un botellín de avituallamiento. Frank comprendió que no era el único que se había dado cuenta de que alguien había movido la montaña de sitio y aceptó el botellín.
Y siguieron ascendiendo la cima tranquilamente, para ver si de algún modo llegaban ahí arriba... algún día.